El Ulpiano

Pablo Caamaño Hace unos días, al ver por televisión un reportaje sobre las fuentes del Nilo, me vino a la mente el recuerdo del día que fui a ver las fuentes del Guadiana. Desde muy niño, siempre sentí una gran pasión y una enorme curiosidad por la Geografía. Y esa curiosidad, ese deseo de saber, fue el motivo que pronto me aprendiese de memoria, en dónde nacen, que provincias recorren, y cuales son los afluentes de los principales ríos de España. Pero el río que más me intrigaba era el Guadiana.

El maestro nos explicaba de una manera muy somera -seguramente porque tampoco él sabía más- que nace en las lagunas de Ruidera, provincia de Ciudad Real, y que tiene la peculiaridad de esconderse, de desaparecer cerca de su nacimiento, y volver a aparecer casi cincuenta kilómetros más abajo. En lo que unos llaman los ojos del Guadiana, y otros las tablas de Daimiel.

El maestro no pasaba de ahí, seguramente porque él tampoco sabía mucho más sobre el tema. Mi curiosidad no quedaba satisfecha y me preguntaba: ¿Cómo serán de grandes esas lagunas? ¿Cuántas serán? ¿Las podré ver yo alguna vez?

Cuando dejé la escuela y me incorporé al mundo del trabajo me olvidé totalmente del tema. Pero por esas cosas de la vida, por esos caprichos del destino conocí a mi mujer, que había nacido nada más ni nada menos que en Ruidera. Nada más ni nada menos que en una central eléctrica, de las muchas que había entonces en ese conjunto de diecisiete lagunas y a la misma orilla del río Guadiana, y volvió a despertarse en mí la curiosidad por saber lo más posible sobre las lagunas y el río. Mi mujer me explicaba que eran muchas, que eran muy grandes, que sus aguas eran muy azules, que el paisaje que las rodea es muy bonito...

Y así fue creciendo más y más mi deseo por conocerlas; pero mi dedicación al trabajo, el nacimiento y la crianza de los hijos, la poca holgura económica, la mucha distancia... Hay que tener en cuenta que Ruidera dista de Madrid unos doscientos veinte kilómetros, demasiada distancia para aquellos tiempos, en que yo aún no tenía coche. Cuando compramos el primer coche, unos de los primeros viajes que hicimos mi mujer y yo fue a Ruidera y así fue como conocí al Ulpiano.

El Ulpiano era un manchego de pura cepa, más en la línea de Sancho que de Don Quijote. Un tipo pintoresco con una simpatía arrolladora, un hombre cachazudo y socarrón, un tipo de poca cultura y mucha gramática parda y apegado a su terruño como una lapa, perrillo de todas las bodas, aprendiz de todo y oficial de nada. Nunca le conocí un trabajo estable, aunque tampoco lo necesitaba para vivir. Estaba casado con María Santos, una prima hermana de mi mujer y no tenían hijos. El Ulpiano era entre otras cosas, criador y adiestrador de perros, criador de hurones, cazador furtivo, socorrista aficionado y ocasional, guía turístico...y sobre todo amigo de todo el mundo.

El Ulpiano era como una institución allí en Ruidera, y todo el que llegaba allí y quería conocer aquel mundo recurría a él, y el acompañaba a todo el mundo con agrado. Luego la gente era generosa con él, porque quedaba prendada de su simpatía. Con el Ulpiano fui muchas veces a pescar lucios y barbos, con el Ulpiano fui a cazar conejos con lazos y también con los hurones, con el Ulpiano visité la Cueva de Montesinos, el Pantano de Peñarroya, el Canal del Guadiana...

El me enseñó como se llamaban todas las lagunas -que el conocía como la palma de la mano- y si mi curiosidad era muy grande, más grandes eran su sabiduría y su paciencia, y cuando yo afirmaba "Esa es la Conceja", el respondía con su sonrisa socarrona: "¡No! Esa es la Batana" Y cuando más adelante le preguntaba: "¿Esa es la Tomilla?" El contestaba: "¡No! esa es la Tinaja" Y así fui conociendo como se llamaban todas las lagunas porque fueron muchas las veces que fuimos a Ruidera.

Pero un día surgió un incidente. Yo me había comprado un coche nuevo, y mi mujer y yo decidimos hacer uno de nuestros viajes a Ruidera. Invitamos a mi cuñada y a mi cuñado a venir con nosotros, dejamos a los niños con la abuela y allá que nos fuimos a pasar el fin de semana. Enseguida se agregó al grupo el Ulpiano, porque como ya hemos dicho antes era perrillo de todas las bodas y se apuntaba a todas las comilonas sin pagar nunca ni un céntimo, y si no se le invitaba lo hacía el solo, porque gorrón, si lo era. Después de comer, sin el bullicio de los niños, los cinco sentados a la sombra de un chiringuito nos aburríamos un poco. De pronto dijo el Ulpiano: "¿Por qué no vamos con el coche a que conozcáis las fuentes del Guadiana? Ya veréis que cosa mas bonita, brota el agua de la tierra a borbotones, parecen surtidores.

Yo siempre he sido muy amante de la naturaleza, y como me gusta conocer esas cosas, le respondí que no era mala la idea, pero con un poco de recelo le pregunté. "¿Está muy lejos?" Y el respondió: "¡No! Donde empieza la laguna Blanca. "Allá lejos se veía la última de las lagunas, que según el Ulpiano se llama la Blanca. La última si las empezamos a contar desde el pueblo de Ruidera; la primera desde el nacimiento del río.

La carretera de las lagunas, muy estrecha y con muchas curvas no va a ninguna parte; es decir, que parte desde el pueblo, y está hecha para servicio de ellas, y para los chalés y chiringuitos que las rodean. En el lugar donde estábamos, moría la carretera, así que le pregunté: "¿Y como vamos a ir con el coche si aquí termina la carretera?" El respondió: "No te preocupes. Hay un camino de tierra que llega hasta allí y está en buen estado." Dicho esto se levantó del asiento, invitándonos a que hiciéramos lo mismo, dando por hecho que aceptábamos su idea. Así que subimos en el coche los cinco y tomamos el camino que nos indicó el Ulpiano, que al principio era llano y sin baches, pero poco a poco se iba haciendo más accidentado.

El coche con cinco personas subidas en él, a cada salto que daba parecía que se iba a partir en dos, y a mí me parecía que me arrancaban tiras del corazón y preguntaba al Ulpiano: "¿Falta mucho? ¿Falta mucho?" Y el me respondía: "¡Nada! ¡Nada! Ahí a la vuelta" El ahí a la vuelta se convirtió en ocho kilómetros de polvareda, curvas y baches.. Cuando por fin llegamos y nos dispusimos a buscar las fuentes del Guadiana fue mucho peor. Allí había juncos, juncias, aneas, misiegas... pero agua, ni una sola gota.

El Ulpiano se esforzaba en buscar entre los juncos los prometidos surtidores de agua, pero los surtidores no aparecían por ninguna parte. Mi cuñado y yo le seguíamos como dos tontos, provocando la risa de mi mujer y de mi cuñada, que se reían de nosotros a carcajada limpia, aumentando más mi ira y la rabia que tenía por haber sido engañado de esa manera por un palurdo, que es lo que me parecía en aquel momento el Ulpiano.

Como no pude contener mi enfado le dije al Ulpiano: "Como guía turístico eres un fracasado y desde ahora en adelante dedícate a la filatelia". Como no sabía lo que era eso se enfadó mucho, y solamente cuando mi cuñado le explicó lo que significaba se calmó. Pero allí se enfrió un poco nuestra amistad, aunque ese incidente no fue motivo para dejar de ir a Ruidera, y seguir tratando con el Ulpiano lo mismo que con la demás familia. Pero a mí no se me iba la idea de gastarle al Ulpiano una broma pesada, y esa broma fueron sus mismos cuñados los que se la gastaron.

En unos de esos viajes que hicimos a Ruidera después de ese incidente, nos reunimos a comer toda la familia, y aunque en principio pensábamos pagar la comida mi cuñado y yo, los primos no lo consintieron diciendo que esa vez pagarían ellos a escote, y que también pagaría el "Calabazo", que era el mote que sus mismos cuñados le habían puesto al Ulpiano. Para él aquello era como una afrenta, era como darle un golpe bajo, era darle una puñalada trapera. Para sus cuñados hacerle pagar al menos una sola vez era un triunfo, era como conseguir un trofeo.

Yo que ya tenía casi olvidada la faena de las fuentes del Guadiana, de pronto sentí una gran alegría y un placer morboso, al ver que al Ulpiano se le iba a herir en sus fibras más sensibles, en su orgullo de gorrón, en donde más le dolía, que era obligarle a rascarse el bolsillo, que es en el sitio que a casi todo el mundo más le duele. Pero supo encajar el golpe con mucha elegancia, y nos sorprendió a todos regalándonos una de esas sonrisas socarronas que tanto le caracterizaba.

La comida transcurrió sin ningún incidente, nada más que, el Ulpiano, para demostrarnos a todos que no le importaba pagar, gastaba más bromas que otras veces y con la misma socarronería de siempre, y como el arroz se había pegado un poco lo arrebañó con una cuchara y se lo comió todo para hacerse el gracioso más que por apetito. Pasadas unas dos horas empezó a decir que le dolía el vientre, y sus cuñados creyendo que era alguna de sus bromas le respondieron: "A ti lo que te está doliendo ahora mismo es el bolsillo'. Pero siguió quejándose, y al ver que los dolores eran cada vez más fuertes hubo que llevarle al médico bastante malo.

Entonces, todos los que participamos en aquella broma nos alarmamos, y de alguna manera nos sentíamos culpables. Afortunadamente fue solamente un cólico, y a la mañana siguiente, cuando liberó su vientre de aquel arroz socarrado, ya estaba bien.

Al morir mi mujer los viajes a Ruidera se fueron haciendo cada vez menos frecuentes y la última vez que estuve allí fue en el entierro del primo Juan, desde entonces no he vuelto a ver al Ulpiano. Pero por estos milagros de la televisión, en uno de los reportajes de Castilla la Mancha, salieron las Lagunas de Ruidera, y cual no sería mi sorpresa al ver desde mi casa al Ulpiano en persona, que le entrevistaba el autor del reportaje. Estaba más canoso, más viejo y bastante más grueso, pero con la misma sonrisa y simpatía de siempre.

Ulpiano, estés donde estés, desde aquí te mando un abrazo y te digo que fue mucho, lo que aprendí de ti y de tu gramática parda, y gracias a ti conocí, si no la fuentes del Guadiana, sí las lagunas que le dan vida y aprendí el nombre de todas, que aún hoy recuerdo.

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