Ir de ronda


Pablo CaamañoRecuerdo la primera vez que fui de ronda. Fue la víspera de San Juan y era yo todavía muy joven, aunque ya había dejado atrás la niñez. De acuerdo con otros dos amigos de mi misma edad, decidimos ir de ronda aquella noche. Siempre y cuando nos permitieran los mozos más veteranos entrar en el grupo de rondadores.

Por aquel entonces, teníamos sembradas judías en la zona del "Puente Nuevo," y aquella noche, nada mas terminar de cenar, y cuando me disponía a marcharme me dijo mi padre: "Esta noche procura venir pronto a acostarte, porque mañana , bien temprano y antes que apriete el calor, tienes que ir a escardar las judías del "Puente Nuevo".

Yo nunca había cuestionado las decisiones de mi padre, pero esta vez me atreví a decir: "Yo es que... esta noche quiero ir de ronda". Mi padre se dio cuenta enseguida, de que algo en mi estaba cambiando. Me miró de arriba abajo y me contestó: "¡Ah! ¡Muy bien! ¿Con que quieres ir de ronda? Si tu quieres ir de ronda yo no te lo voy a impedir, pero mañana las judías tienen que estar escardadas".

No se habló más de el asunto, y aquella noche, en compañía de mis dos amigos, yo fui de ronda por primera vez.

Previo pago de la cuota acordada por los organizadores, fuimos admitidos en el grupo de rondadores; no sin la oposición de los mozos mas veteranos, que consideraban que estábamos bastante inmaduros.

Cantamos en las puertas que nos permitieron, procurando no destacar para no enfadar a los mozos que se oponían a que fuéramos con ellos, y la noche transcurrió sin ninguna incidencia que destacar.

Sobre las ocho de la mañana terminó la ronda, el grupo se disolvió, y como dice el refrán cada mochuelo a su olivo, o cada mozo por su lado. Yo me marché a mi casa, me cambie de ropa, me calcé las abarcas, cogí el azadón y me marché al "Puente Nuevo "para realizar la misión que mi padre me había encomendado.

Cuando empecé a escardar eran casi las nueve de la mañana, y el calor ya empezaba a dejarse sentir, aunque todavía se hacía llevadero. Los primeros surcos los escardé rápidamente, todavía embriagado por haber ido de ronda por primera vez.
Pero poco a poco la euforia se fue apaciguando, para dar paso al sueño y al cansancio, y cada vez me costaba más trabajo llegar a la otra punta del surco. Pero seguía, y seguía, lleno de polvo y de sudor que me salía por todos los poros de mi cuerpo.

Yo no se si fue un acto de rebeldía, o fue querer demostrar a mi padre, o a mi mismo lo que era capaz de hacer; lo cierto es, que a las dos de la tarde había terminado de escardar todas las judías, además de dos tableros de carillas que tenían mucha hierba, de las que mi padre no había dicho nada.

Me di un baño en el charco de debajo del puente, porque entonces, en la garganta había agua limpia todo el verano; y después me marché a casa cansado y con sueño, pero satisfecho por haber sabido estar a la altura de las circunstancias, y haber cumplido con la misión que mi padre me había encomendado.

Nada mas terminar de comer, y cuando me disponía a echarme la siesta, para ir descansado a última hora de la tarde al baile de la verbena, mi padre me dijo: "Anoche te creías que ya eras un hombre por ir de ronda, pero yo creo que cuando has empezado a hacerte un hombre de verdad ha sido esta mañana, porque has hecho compatibles la obligación con la diversión.

Yo entonces no supe qué responder, pero ahora, después de tantos años, cuando repaso ese pasaje de mi vida, creo que mi padre llevaba toda la razón.



Compartir