El Ratón del molino

Pablo Caamaño Esta historia que vamos a contar ocurrió hace casi setenta años, por lo tanto ya no viven muchos de los que participaron en ella. Pero si vive, y que sea por muchos años, la persona que mas participación tuvo. Aunque ya no es aquella niña traviesa y juguetona, protagonista de todos los juegos y que siempre se veía metida en todos los enredos, y que por su magnetismo lideraba un grupo de niñas y a veces también de niños de su edad, que la secundaban en sus travesuras infantiles, y ahora sea una abuela con muchos años a sus espaldas, pero también con muchas vivencias que contar, como esta que juntos hemos recordado y que vamos a narrar para ustedes.

Por aquel entonces soplaban por La Adrada aires muy distintos de los que soplan ahora, se vivía con mucha austeridad en las casas, pero había mucha ilusión y muchas ganas en las familias por salir adelante trabajando sin desasaliento en toda clase de trabajo. También había mucha ilusión y mucha alegría en aquellos niños que éramos nosotros junto con otros muchos, que carecíamos de casi todo. De casi todo menos de la ganas de jugar a toda clase de juegos infantiles, que los niños de ahora ni siquiera conocen. A los niños de hoy que tienen televisión, que tienen ordenadores que tienen videos, que tienen teléfono móvil...quizás le falte algo que nosotros si tuvimos: Los juegos.

Aquellos juegos que nos hacían felices, aunque muchos, entre los que me encuentro yo, no tuviésemos jamás ni un balón ni una bicicleta. Por entonces había en La Adrada alguna industria que hoy ha desaparecido, y no se ha sabido reemplazar por otra. Había fábricas de madera, dos, había fábrica resinera, había fábrica piñonera, había molinos harineros, dos, había molino de aceite...

Y hasta ese molino queremos llegar con nuestra historia.

La maquinaria de aquel molino, era muy rudimentaria, pero era la propia de aquellos tiempos. Su técnica consistía en un rulo de piedra, labrada en forma de cono al que ataban una muía, y a base de dar vueltas y vueltas trituraba la aceituna. Después, la aceituna triturada la pasaban a una prensa, con esteras de esparto, y unos hombres con la fuerza de sus brazos y con bastante experiencia-porqué siempre eran los mismos-hacían que el aceite se fíltrase. Esos hombres, que venían de el Sotillo, traían con ellos a un chico de unos quince años, que hacía de recadero, al que la gente de La Adrada-muy amiga de poner motes le puso "el Ratón del molino".

El molino del aceite estaba ubicado justo enfrente del colegio, y los niños a la salida o la entrada del colegio y también en el recreo siempre que le veíamos le cantábamos esta canción: El ratón del molino, no tiene cola, porque se la ha comido, la Caracola. Después salíamos corriendo para que no nos cogiese y nos dispersábamos como hacen los pollos de perdiz cuando van con la madre e intentas cogerlos. El corría detrás de nosotros, para asustarnos mas que para otra cosa por que creo que en el fondo le gustaba la broma. Pero la niña de esta historia en vez de correr, se metía en una de las tinajas vacías que había en la puerta del molino, que estaban tumbadas y que no se que hacían allí.

Pero un día, el ratón del molino, la vio esconderse, y quiso responder a una broma con otra broma. Empujó la tinaja en donde se había escondido la niña y la tinaja echó a rodar con la niña dentro. La niña se asustó y empezó a gritar y a llorar, y el que de verdad se asustó fue el ratón del molino que al ver que la tinaja no se paraba y daba vueltas y vueltas con la niña dentro y pensó que si a la niña le pasaba algo malo el era el culpable. Afortunadamente, al llegar al llano la tinaja se paró por si sola, el ratón del molino ayudó a salir de la tinaja a la niña, que afortunadamente, aunque estaba acalorada y seguía asustada estaba ilesa. Al ratón del molino se le pasó el susto muy pronto, y a la niña también, pero desde entonces ninguno de los niños le volvió a llamar ni una sola vez: El ratón del molino.

 

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