Los chozos

Caamaño Si hiciéramos una encuesta entre los niños de La Adrada que realizan estudios primarios, ¿cuántos sabrían decirnos que son, o que eran los chozos? Seguramente que muy pocos. Y matizando un poco más sobre la pregunta.

¿Cuántos han visto un chozo?, muchos menos. Y afinando más la pregunta: ¿Cuántos han dormido al menos una noche en un chozo? Seguramente que ninguno.

Pero los chozos han existido aquí en La Adrada, los chozos han sido una realidad hasta hace un tiempo no muy remoto, aunque muchos que ahora somos mayores, y vivimos más o menos en casas confortables, nos hayamos olvidado por completo de ellos.

Por eso vayan estas líneas en recuerdo y agradecimiento a los chozos, que tanta ayuda nos prestaron y que tantas veces nos dieron cobijo.

Toda la jurisdicción de La Adrada estaba salpicada de ellos, formaban parte del paisaje; yo que he dormido en la sierra muchas noches al abrigo de un chozo, no recuerdo cuando fue la primera vez que lo hice, debía de ser muy pequeño, tan pequeño que no lo recuerdo.

Para empezar diremos que los chozos eran redondos, en forma de cono, y estaban hechos con troncos de pinos jóvenes y rectos formando un entramado, de tal forma que todos los troncos se juntaban en la cúspide. Normalmente, en el centro se colocaba un tronco mas grueso y mas fuerte que los demás y era el que servía de base, aunque los demás troncos, al apoyarse unos sobre otros, se sujetaban por si solos.

Al tronco central, se le clavaban algunos clavos, que servían como perchas para colgar en ellos, mantas, alforjas, morrales...Los chozos tenían una parte que estaba hecha de piedras, puestas unas sobre otras de forma rudimentaria en forma de pared, y a esa parte se le llamaba la lumbrera, porque era donde se hacía el fuego para hacer la comida; casi siempre patatas o sopas de ajo. (Y también para calentarse) porque aún en el verano las noches en la sierra son frías.

Se hacía así para evitar que el chozo ardiese, y a pesar de eso, había que procurar que el fuego no levantase mucha llama, pues yo he visto arder dos chozos, pero sobre eso no nos vamos a extender ahora. Una vez construido el entramado o armazón del chozo, se le revestía de retamas, colocadas de tal forma que parecían que estaban cosidas unas a otras; quizás aquellos hombres que hacían aquellos chozos aprendieron de los nidos de las aves.

Si había posibilidad se rodeaba al chozo con alambres para sujetar mejor las retamas, y así evitar que se las llevase el viento. Como la parte más difícil de tapar era la cúspide, se colocaba -a manera de sombrero- un calambuco, que era o una caldereta o un cubo viejo de zinc. Las puertas de los chozos eran pequeñas, aproximadamente de un metro veinte de altura, por unos ochenta centímetros de ancho, por tanto había que agacharse para entrar en ellos. Las puertas de los chozos siempre se hacían orientadas al Sur, porque los hombres de La Adrada, sabían mucho de cierzos y de ventiscas, y se defendían de ellos colocándolos en las solanas y sobre un montículo. Tenían chozos los pastores, los cabreros, los resineros, los lumbreros...

Había chozos en muchas viñas, en muchos castañares. Se hacían chozos en los melonares, y a veces hasta en las eras se hacía un pequeño chozo para resguardarse de posibles tormentas.

En los chozos había lo más imprescindible, un cántaro para tener agua, alguna sartén, pucheros y cazuelas de barro para hacer la comida, mantas para arroparse, leña para hacer la lumbre, teas para alumbrarse...Y en algunos chozos había hasta algún libro de fábulas de Samaniego o de Tomás de Iriarte, y más de un niño aprendió a leer fábulas en la angostura de un chozo y a la luz de una tea.

Como la economía de La Adrada, casi toda dependía de la agricultura y la ganadería, por cualquier parte y a cualquier hora había gente por el campo, y si se presentaba una tormenta y había un chozo cerca, no dudaban en guarecerse dentro de él y siempre se respetaba los enseres que allí hubiese.

Muchos pastores tenían un chozo portátil, que estaba hecho de la copa de un pino invertida; es decir, con las ramas hacia abajo, y esas cuatro, cinco o hasta seis ramas le servían de patas. Esos chozos eran pequeños, y estaban forrado con pajas de centeno sin trillar, y para compensar esa pequeñez se suplementaban con unas mamparas, hechas también con pajas de centeno. Mi padre y mi tío, que toda su vida fueron resineros tenían dos buenos chozos; uno en el "Pinarón"que era el cuartel que tenía asignado mi padre, y otro en el "Jorderón"que son los llanos que se extienden a los pies del "Berrueco," y era el cuartel que tenía asignado mi tío.

Eran dos chozos muy amplios y bastantes confortables, y al estar hechos por las mismas manos, eran tan iguales que parecían clonados. En esos chozos dormí yo muchas noches de verano, y también muchas noches me despertó el canto del cárabo, esa ave rapaz de hábitos nocturnos llamado también autillo, y que aquí, en La Adrada por deformación se le llama “alcarabo”.

En los chozos de la sierra se contaban historias de pastores, de perros y de lobos, unas verdaderas, otras inventadas, y después de escuchar algunas de esas historias, los mas pequeños se arrebujaban en la manta y se tapaban hasta la cabeza, y cuando se dormían soñaban que escuchaban los aullidos de los lobos; y cuando se despertaban no sabían definir si habían soñado o los aullidos eran ciertos, porque en la época de los chozos, todavía merodeaban los lobos por esta zona de la sierra de Gredos.

Aunque soy algo romántico no soy un nostálgico, ni soy de eso que creen que cada tiempo pasado fue mejor. ¡Nada de eso! El progreso debe seguir su curso para bien de la humanidad, aunque para eso tenga que llevarse por delante tantas cosas. Una de ellas los chozos.

También soy consciente de que es más confortable, dormir en un cómodo colchón y con sábanas limpias, que en las camas de helechos de los chozos. Aunque ahora sea el ruido de la televisión del vecino el que no te deja dormir, y no el canto del cárabo o el aullido de los lobos.

Pero vayan estas líneas en agradecimiento y recuerdo de los chozos, y que sepan los niños de esta villa, que en La Adrada hubo una vez muchos chozos, y que sus abuelos y tal vez sus padres durmieron muchas noches al amparo y al abrigo de ellos.



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