La primera guardia

Caamaño Faltaban uno meses para que yo me fuese a cumplir el servicio militar, cuando mi hermano Luis, -dos años mayor que yo- me dijo:- "Prepárate porque esta noche vas a hacer la primera guardia". Como no comprendí el significado de sus palabras me lo aclaró: "Esta noche vamos a ir a regar al "Cierro", y mientras yo riego, tú te vas a quedar vigilando el agua para que nadie la quite".

Llamábamos "El Cierro" a una parcela de tierra que teníamos, enfrente de lo que hoy es la urbanización "La Viña”, justamente detrás del restaurante "San Cristóbal". El "Cierro" era una franja estrecha y alargada de poco más de mil metros cuadrados; pero como disponíamos de muy poca tierra en donde sembrar, a "El Cierro" le sacábamos el máximo provecho; le cavábamos, le estercolábamos, le escardábamos, le regábamos y cuidábamos con mimo, porque "El Cierro" era parte muy importante de nuestra economía familiar, y le exprimíamos como a un limón, sacando de él dos cosechas; una de patatas y otra de judías, aparte un trozo de la mejor tierra que dejábamos para hortaliza.

Pero "El Cierro" tenía un gran problema: el riego. Toda esa zona es terreno de muchos gorrones, y entre los gorrones se iba filtrando el agua, hasta ir desapareciendo poco a poco, sobre todo en las horas de más calor. Por tanto, para que llegase al "Cierro" una suerte de agua, había que echar por lo menos dos.

Aquella primavera había sido de muy pocas lluvias, y el verano era muy caluroso, por tanto los problemas para regar ese año eran mayores. La planta estaba ya criada, pero se iba marchitando poco a poco, y nuestro turno para regar se alargaba demasiado.

Los "Aguadores" encargados de administrar el agua, por fin nos dijeron que aquella noche podíamos regar, y nos asignaron una cantidad de agua, que nosotros consideramos que era insuficiente. Así se lo dijimos a ellos, y nos respondieron: "Aquí no hay más cera que la que alumbra"; que equivalía a decir: "Nosotros no podemos sacarnos el agua del bolsillo. Apañaos como podáis”.

Era noche de luna llena, ideal para el riego, porque no se necesitaba ni farol ni linterna. Mi hermano y yo subimos hasta la presa "El Concejo" y dejándonos llevar por la imprudente temeridad de los pocos años, y la imperiosa necesidad que teníamos de regar, si no queríamos ver morir a la planta, ni cortos ni perezosos, desviamos hacia "El Cierro" parte del agua que iba al molino harinero (lo que es hoy la finca del Barón), aún a sabiendas, que la turbina se pararía si no le llegaba agua suficiente.

Hecho esto, mi hermano me dijo: "Ahora yo me voy a regar y tú te quedas aquí quieto; te escondes entre los alisos, y si vienen los del molino a desviar el agua tú los dejas hacer, no te enfrentes a ellos, y cuando se hayan ido, sales de entre los alisos y vuelves a desviar el agua hacia "El Cierro". ¡Ah! y no enciendas ni un cigarro, porque un cigarro encendido en la distancia y en la oscuridad de la noche, se asemeja a una gran llamarada”. Dicho esto se marchó, y yo busqué un lugar cómodo y escondido, donde no me diese el reflejo de la luna y pudiera ver sin ser visto.

La noche era agradable, y no se oía más que el ruido del agua, yo me encontraba a gusto y empecé a pensar: "Si las guardias que tengo que hacer en la mili, son como estas de tranquilas: ¡Pues vengan guardias!" Así estaba yo con mis cavilaciones, cuando de pronto, oí unos pasos que se acercaban hacia donde yo estaba. Contuve hasta el aliento, y aquellos pasos se acercaban cada vez más y de pronto vi la silueta de un hombre.

Como el reflejo de la luna le daba de frente, pude ver su cara y enseguida le reconocí; era uno de los hombres del molino. El hombre del molino desvió el agua y yo le dejé hacer como me había dicho mi hermano. Cuando el hombre del molino se marchó, y yo comprendí que no oiría los golpes del azadón, salí de mi escondite, desvié el agua hacia "El Cierro" y me volví a esconder entre los alisos.

Los del molino debieron esperar inútilmente a que la turbina se pusiera en marcha, porque una hora después, volví a oír los mismos pasos y a ver al mismo hombre que se acercaba hasta donde yo estaba. Esta vez echaba sapos y culebras por la boca, y yo, la verdad sea dicha, tuve un poco de miedo a que me descubriese. El hombre del molino desvió el agua, encendió un cigarro y se marchó. Yo esta vez dejé pasar un poco más de tiempo, pero salí de mi escondite, volví a desviar el agua y me volví a esconder.

Así iba trascurriendo la noche, y así poco a poco, mi hermano fue regando, y yo camuflado entre los alisos haciendo mi primera guardia. Serían sobre las cuatro de la mañana, cuando volví a oír unos pasos y pensé: "ya está aquí otra vez este pesado". Pero esta vez no, esta vez era mi hermano, que venía a decirme que ya había terminado de regar y que nos podíamos ir a dormir unas horas.

Al día siguiente, aunque nosotros negamos haber desviado el agua, hubo sus más y sus menos con los hombres del molino y con los "Aguadores", pero lo cierto es que regamos, se salvó la planta, y yo hice mi primera guardia.

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