Sonetos

XIII

A UN TORERO

No pisarás jamás el redondel,
no volverás a hacer el paseíllo,
no sentirás muy cerca del morrillo
el fuerte resoplido del burel.

Nunca estará tu nombre en el cartel
con rótulo encarnado y amarillo,
no escucharás jamás el estribillo
del cante pegadizo de Isabel.

No te echarán claveles ni sonrisas,
no te darán ni palmas ni ovaciones.
Ya no entiendes de toros ni divisas

ni pueden darte miedo los pitones.
Tú que tuviste todo no precisas
nada más que plegarias y oraciones.

XIV



Ya no pueden vencerte tus rivales,
ya no pueden negarte las orejas;
ya no enseñas a nadie, ni aconsejas
ni pueden envidiarte los chavales.

Lloran los toros, lloran los erales
y lloran al mugir, las vacas viejas,
y es tan grande la pena que tu dejas
que hasta lloran por ti los mayorales.

Y por las tardes, cuando el Sol declina,
un ganadero llora desolado
apoyado en el tronco de una encina.

Porque la vida de un torero honrado,
se la llevó una tarde septembrina
un toro que llamaban avispado.

XV

UNA PENA

Una pena muy grande yo tenía,
una pena constante que me ahogaba,
una pena mortal que me asfixiaba,
una pena tenaz que me oprimía.

Con mi pena a cuesta fui un día
al río, por ver si me aliviaba.
Desde el puente al agua que cantaba
yo le quise contar la pena mía.

Pero oí oculto en los espinos
a un ruiseñor trinar alegremente.
Era tal la dulzura de sus trinos,

que arrojando mi pena desde el puente;
entre medias de espuma y remolinos
se la llevó la rápida corriente.

XVI

MI PERRO

El porte y la elegancia de un magnate,
las patitas traseras arqueadas,
las orejas caídas y alargadas
y el pelo del color del chocolate.

Los dientes como sierra de alicate,
las garras como pinzas aceradas,
prominentes y fuertes las quijadas
propias para el agarre en el combate.

El hocico mojado y puntiagudo,
dotada la nariz de un fino olfato
y luce en su pechera un blanco escudo.

El rabo se asemeja a un garabato
y emite un ladrido muy agudo.
De mi perro, ya tienes el retrato.

 



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