Los dos

Tu y yo hemos nacido
los dos en el mismo pueblo,
fuimos a la misma escuela
siendo los dos muy pequeños,
y en medio de aquel bullicio
de alumnos y de maestros,
pronto nació entre los dos
un cordial y mutuo afecto.

Vimos que aquella amistad
poco a poco fue en aumento,
y al encontrarnos los dos
en los infantiles juegos,
sentimos latir muy fuerte
el corazón en el pecho.

Juntos cortamos violetas
los dos en el mismo huerto,
juntos oímos cantar
los dos los mismos jilgueros,
bebimos del mismo agua
cuando estábamos sedientos
y los dos comimos pan
de los mismos panaderos.

Nos calentó el mismo sol
y nos besó el mismo viento,
y a veces la misma lluvia
nos empapó hasta los huesos.
Los dos de niños tuvimos
parecidos pensamientos,
los dos de niños soñamos
también parecidos sueños,
los dos soñamos dormidos
y a veces también despiertos.

Los dos miramos de noche
a solas el firmamento,
y contamos cada estrella
y también cada lucero,
con nuestra cabeza llena
de ilusiones y proyectos.

Un día de primavera
quise saber que era aquello,
quise saberlo de veras
quise de veras saberlo.
Con un nudo en la garganta
y con los labios resecos,
con un poco de vergüenza
y bastante aturdimiento,
yo te pregunté: "¿Me quieres?'
Tu respondiste: "Te quiero"

Y así nos hicimos novios;
y los dos de mutuo acuerdo
seriamente prometimos
guardarnos nuestro secreto,
para que no se enteraran
las maestras y maestros.

Estrechando nuestras manos
estuvimos largo tiempo,
pero en cambio nuestras bocas
jamás se dieron un beso.

Tomamos la Comunión
los dos en el mismo templo,
los dos en la misma misa
y el mismo acompañamiento,
con la Iglesia engalanada,
con las campanas al vuelo...

Tú con un vestido blanco
que te arrastraba hasta el suelo,
yo con un lazo en el brazo
y con un pantalón nuevo.
Al darnos el sacerdote
de Dios el Sagrado cuerpo,
se miraron nuestros ojos
en medio de aquel silencio.

Al observar que los tuyos
daban tan limpios destellos,
te imaginé como a un ángel
que descendiste de Cielo.
Pero al ver que tus mejillas
estaban enrojeciendo,
para que no te azararas
en tan sublime momento,
me impuse la penitencia
de bajar mi vista al suelo.

Así estuve mucho rato,
así, soñando despierto.
Soñando que me casaba
contigo en aquel momento.
Al levantar la cabeza
tu rostro estaba sereno,
y entonces me sonreiste
como tu sabes hacerlo.

Aquello fue muy bonito,
aquello fue como un sueño;
aquello fue lo mas grande
que de mi niñez recuerdo.

 



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