El Castillo

Una dulce musiquilla
penetra por mis oídos,
y me alegra los sentidos
cuando hablo de mi villa.
De manera muy sencilla
en lenguaje claro y llano,
este rudo castellano
quiere dejar muy patente
que a La Adrada y a su gente
les tiende abierta la mano.

Perdónenme la osadía,
Perdonen mi atrevimiento,
y el corto conocimiento
del arte de la poesía.
Pero tengo una manía
que es a veces obsesiva,
esa manía la aviva
la pasión tan concentrada
que yo siento por La Adrada
y este poema motiva.

Mis rimas irán trabadas
pero nadie se sorprenda
que la historia y la leyenda
caminan siempre mezcladas.
Por que en épocas pasadas
se mezclaron muchas cosas,
se cultivaron las rosas
se forjaron las espadas
y también fueron amadas
las mujeres más hermosas.

¿En que época se hizo
este castillo rocoso,
con sus murallas, su foso
y su puente levadizo?
En su conjunto macizo;
¿Cuánto misterio se esconde?
¿Fue un noble? ¿Fue un conde
quien le hizo construir?
¿Quién me lo puede decir?
¿Quién contesta? ¿Quién responde?

¿Qué sueños? ¿Qué fantasía
entre sus muros encierra?
¿Cuánta intriga? ¿Cuánta guerra
¿Cuánta mentira y falsía?
Detrás de una celosía,
con un llanto lastimero
esperando a su guerrero,
¿Cuánta dama lloraría
porque jamás volvería
el más valiente y más fiero?

Palacio y fortaleza,
torreones y murallas,
donde en las duras batallas
se resiste con fiereza.
Iglesia donde se reza
con piadosa devoción,
se maquina la traición
y se trama la emboscada,
pues van la Cruz y la espada
caminando al mismo son.

Si nadie no lo contó;
¿Cómo sabremos ahora
si alguna princesa mora
entre sus muros moró?
¿Si una cristiana lloró
cautiva en un calabozo?
¿Si fue grande su alborozo
cuando fue liberada,
y después desposada
por un bravo y guapo mozo?

Ya sé que estará diciendo
alguno que está impaciente
"pues si no sabe, que invente
que yo me estoy aburriendo."
Su impaciencia, la comprendo,
y les pido humildemente
que permitan que les cuente,
a mi modo y mi manera
cómo fue, o como era
la vida de aquella gente.

Al ser tierra de frontera
había gente traidora,
ora cristiana, ora mora,
luchas saqueos, hogueras,
estandartes y banderas.
¡Siempre pensando en luchar!
¡Siempre pensando en matar!
¿Las necesidades? ¡Muchas!
Y en medio de tanta lucha
un momento para amar.

Además de los guerreros,
los pajes y los señores,
juglares y trovadores,
halconeros y cetreros.
Las damas y caballeros
tenían sus escarceos.
Se organizaban torneos
en múltiples ocasiones,
y eran siempre los bufones
listos, audaces y feos.

Era lugar de reposo
el soto -hoy el Sotillo-.
Los señores del castillo
allí acosaban al oso,
el cazador mas fogoso
y el diestrísimo arquero,
hombres de templado acero,
hombres de fundido bronce,
pues es mismo Alfonso once
tuvo aquí su cazadero.

Esta tierra fue llamada
dehesa de la Alvellaneda,
y una frondosa arboleda
era el campo de La Adrada.
Fue paso, fue encrucijada
y está de la historia llena,
porque: ¿A quien no le suena
que esta tierra castellana,
unas veces fue cristiana
y otras veces sarracena?

Fue por todos deseada,
por todos apetecida;
y aunque estuviese oprimida
y fuese muy esquilmada;
la población de La Adrada
jamás hincó la rodilla,
y nunca su honor mancilla
porque el pueblo es altanero,
por eso Enrique tercero
le dio el título de villa.

Ruy López Dávalo fue
el primer dueño y señor,
un documentado autor
de este hecho nos da fe.
Por boca de él yo diré
que no perdió la ocasión,
ni la insana tentación
de abusar de su poder,
que así suele suceder
cuando ciega la ambición.

Y creo que es razonable
que refresque mi memoria,
y emborronando la historia,
permítanme que les hable
del más grande Condestable.
Fue un hombre poderoso,
fue un guerrero belicoso,
fue del rey el favorito,
fue un poeta exquisito,
pero fue muy ambicioso.

Pues es cosa bien sabida,
que Don Álvaro de Luna
fue un hombre de noble cuna
y de ambición desmedida,
la cual le costó la vida.
Y cuenta la tradición,
que fue por esa ambición
de sus bienes despojado,
y murió ajusticiado
sin clemencia ni perdón.






Y tampoco es cosa nueva
que luego este señorío,
pasó al libre albedrío
de Don Beltrán de la Cueva.
Su poder tanto se eleva
y fue tan grande su fama
que fue la primera dama,
la misma reina en persona
ultrajando a la corona
su compañera de cama.

¿Algún día aclararán
sesudos historiadores,
si aquí tuvieron amores
una reina y Don Beltrán?
Algunos contestarán
que la historia es alcahueta,
pero a veces exagera
y otras veces no concreta,
y a su modo, o su manera
cada uno la interpreta.

¿Fue un mal historiador
quien enredó la madeja?
¿Fue Juana La Beltraneja
fruto del prohibido amor?
¿Fue un juglar?¿Un trovador
el que inventó el adulterio?
Dejando aparte el misterio
es cosa bien comprobada,
que entonces era La Adrada
la cabeza de un imperio.

Pero el imperio declina
y el castillo se abandona,
todo él se desmorona
hasta acabar en la ruina.
Para él se vaticina
un final muy poco honroso.
Este castillo rocoso
testigo de tanta historia,
será un montón de escoria
denigrante y vergonzoso.

La maleza de él se adueña
sin ninguna compasión,
y en el mayor torreón
hace el nido la cigüeña,
la chiquillería adradeña
entre las ruinas retoza,
corre, salta, brinca, goza...
Y el niño mas tontarrón,
se lleva algún coscorrón
si oye cantar a la moza.

¡Cuantos niños de pequeños
en el castillo jugaban!
Y por la noche soñaban,
soñaban, bonitos sueños.
Soñaban que eran los dueños
de todo este señorío,
desde la sierra hasta el río.
Soñaban sin duda alguna
ser Don Álvaro de Luna
con su inmenso poderío.

Permítanme que relate
que en el castillo he jugado,
y por la noche he soñado
este enorme disparate:
Que en un sangriento combate
mataba al moro más fiero
porque era un gran guerrero.
Tenía una gran mesnada
y una reluciente espada
del más depurado acero.

Y una niña de La Adrada
que era muy soñadora,
soñaba que era una mora
y que estaba secuestrada,
pero además hechizada.
Y un moro guapo y macizo
deshacía aquel hechizo,
porque entraba en el recinto
con la cimitarra al cinto
por oculto pasadizo.

Cuesta tan poco soñar,
que todos hemos soñado
ver el castillo arreglado
cualquier día al despertar.
¿Quién se lo iba a pensar
que un sueño tan placentero
sería tan verdadero?
Porque, había ilusiones
y muy buenas intenciones
pero faltaba el dinero.

Pero el dinero llegó.
El dinero puñetero
"poderoso caballero"
que a todos nos alegró.
De esa forma se logró,
que tanta gente entusiasta
y que tiene raza y casta
y que puso tanto empeño;
vea cumplido su sueño
y a ellos con eso les basta.

Hicieron la evaluación
arqueólogos y arquitectos,
miraron los desperfectos
y pasaron a la acción.
Una buena dotación
de albañiles y canteros,
gruistas y camioneros...
Y si de alguno me olvido,
desde aquí perdón os pido
porque no quiero ofenderos.

Para esa gente honrada,
que bajo un sol inclemente
trabajó eficientemente
de una manera callada;
una ovación muy sonada,
una ovación meritoria
gritando llenos de euforia:
"Sin caudillo ni mesnada
el castillo de La Adrada
ha obtenido otra victoria".

Es una mole imponente,
tiene nueve torreones,
nueve robustos bastiones
-once con los dos del puente-
y el que dude que los cuente
que yo ya los he contado.
El recinto amurallado
luce su porte señero
en lo alto de un otero,
y es por todos admirado.

Ha quedado muy bonito,
bonito donde los haya,
fortaleza y atalaya
y del mas puro granito.
Si no hay ningún escrito
de cuando se pudo hacer,
ahora si que le va a haber.
Y damos gracias a Dios
que en el año dos mil dos
vuelve otra vez a nacer.

Tiene su torre albarrana,
su torre del homenaje,
que dominan el paisaje
de esta tierra castellana.
El río Tiétar que hermana
besando en sus dos orillas
dos provincias, dos Castillas,
en su manso discurrir
parece querer decir:
"No mas guerras ni rencillas"

A la obra ya completa
solo le faltaba un pero,
entrar en el romancero
cantándole así un poeta:
"En la áspera meseta,
hay un valle pinturero
y que embelesa al viajero.
Y en él: Esta maravilla.
La Adrada: Que es una Villa
con un castillo roquero.

 



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