Una dama

Yo llegué con el alma desgarrada
a mi tierra a curarme de una herida,
una herida terrible, una cornada
de esas que nos suele dar la vida.

Mi herida abierta y lacerante,
me sangraba, me sangraba, me sangraba,
me seguía sangrando cada instante,
pero nadie mi herida restañaba.

Que una herida tan grande no se cura,
más si alguien te da su mano amiga
al tiempo que comprende tu amargura,
el dolor se mitiga, se mitiga.

La recia corpulencia de los pinos,
las gargantas de agua transparentes,
los pájaros del monte con sus trinos
a mi, me dejaba indiferente.

Las cosas que me son tan familiares,
las limpias claridades de este cielo,
la sosegada paz de estos pinares
no lograban calmar mi desconsuelo.

Un ángel con figura de mujer,
puso ante mi la providencia,
una noble mujer que me hizo ver
las cosas con total clarividencia.

Encontraba por fin un alma buena,
alguien que mis dolores comprendía
alguien que se adentraba hasta mi pena
al tiempo que su mano me tendía.

Una dama, señores, una dama,
una dama de los pies a la cabeza,
una dama mi pecho lo proclama,
que no cabe en un alma más nobleza.

¡Que ternura en sus ojos, que ternura!
¡que franqueza en su alma yo veía!
¡que dulzura al hablarme, que dulzura!
¡que firmeza en la mano que tendía!

Me aferré, como un naúfrago se aferra,
a esa mano abierta y extendida
de una elegante dama de mi tierra,
de una mujer generosa y desprendida.

Renació entre los dos una amistad,
más limpia que la nieve de la cumbre,
una amistad sincera y de verdad,
que no debe empañar la podredumbre.

Yo tengo gran respeto hacia esa dama
y me precio también de ser su amigo,
y si quereis saber como se llama,
en este mismo instante yo os lo digo.

Que nadie se sorprenda ni se asombre,
si quiero con timbales y clarines
gritar al viento su sonoro nombre:
Angelines, Angelines, Angelines.





 

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