Recuerdos

Cuando iniciamos la vida
y somos un débil niño,
siempre hayamos el cariño
de nuestra madre querida.
Ella nos mima y nos cuida,
ella enjuga nuestro llanto,
nos arrulla con su canto
cuando estamos en la cuna,
y no hay persona alguna
que nos pueda querer tanto.

Ella siempre nos ha dado
el amor más verdadero,
el más limpio, el más sincero,
el más desinteresado.
Ella pasó a nuestro lado
-cual perenne centinela-
las largas noches en vela;
cuidándonos con ternura
si teníamos calentura,
sarampión o varicela.

Me acuerdo constantemente
de aquella mujer piadosa,
de aquella madre amorosa
muerta prematuramente,
que me quiso ciegamente
y que fue la madre mía.
Y aunque es una utopía,
aunque ella ya no está
y sé que nunca vendrá;
yo la llamo cada día.

Aunque tan pronto se fue,
-como era muy creyente-
tuvo tiempo suficiente
para educarme en la fe.
Y en estos versos diré
que esa fe no la he perdido;
aunque en mi casa haya habido
desde la más tierna infancia;
libertad y tolerancia
dentro de lo permitido.

Tengo que mentar aquí
al padre trabajador,
que a costa de su sudor
yo tantos años comí.
Si alguna vez me torcí
el me supo enderezar,
también me supo inculcar
desde la tierna niñez,
el trabajo y la honradez
y saberme administrar.

Hombre por hielos curtidos,
hombre por soles tostado,
siempre al trabajo apegado,
buen padre y buen marido.
Muchos que le han conocido
así le recordarán;
trabajando con afán
y siempre dando la cara,
para que no me faltara
aquel cachito de pan.

Mi hogar era reducido,
pero en el hogar había,
mucho amor, mucha alegría
y siempre el pan compartido.
En aquel hogar querido
la alegría se quebró,
pues la muerte se acordó
que allí tenía una cita,
y a la madre tan bonita
de un soplo se la llevó.

Pero yo ya había crecido
y mi afán aventurero,
cual pájaro volandero
me hizo volar de aquel nido.
Mas nunca le di al olvido
y al nido siempre volvía,
porque sabía que tenía
en esa tierra querida;
a la madre fallecida
y al padre que envejecía.

Él llevó con dignidad,
sin ningún hijo a su lado,
en silencio y resignado
su viudez y soledad.
Con muy avanzada edad
dispuso Dios que muriera;
cuando la muerte certera
vino a su puerta a llamar;
el la abrió de par en par
para que ella no se fuera.

Cuando estos versos amaso,
la alegría y la tristeza
se mezclan en mi cabeza
porque mi vida repaso;
y veo que pasito a paso
a la meta voy llegando.
Cuando me estoy aviejando,
cuando ya soy un abuelo,
sé que en un lugar del Cielo
me están los dos esperando.

 



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