Mi pueblo

Cuando yo era joven
me fui de mi pueblo,
con una ilusión
por ver mundo nuevo.
Con una esperanza,
con unos anhelos,
de adquirir cultura
y conocimientos.
Me hervía la sangre
dentro de mi cuerpo,
y así realicé
trabajos diversos,
y a veces dormido
y a veces despierto,
yo siempre soñaba
con volver al pueblo.
Pasé mil fatigas
y algún contratiempo,
pero con tesón
y sin decaimiento,
con gran entereza
los iba venciendo.
Traté a mucha gente,
a hombres de talento,
a hombres generosos,
a hombres cicateros,
y entre mil errores
y entre algún acierto,
un poco aprendí
de cada uno de ellos.
Creé una familia,
de ella me envanezco,
y eso me compensa
de tantos esfuerzos.
Pasaron los años,
cambiaron los tiempos,
y ya los domingos,
-mi día de asueto-
siempre que podía
volvía a mi pueblo,
pero ya mi padre
se encontraba viejo.
Todos los domingos
salía a mi encuentro,
y al ver que llegaba
se ponía contento.
Salía a recibirme
con paso resuelto,
alegre el semblante,
los brazos abiertos,
y al darme un abrazo
y darle yo un beso,
sentía estremecerse
su encorvado cuerpo.
Notaba alegrarse
su rostro moreno,
tostado por soles,
curtido por hielos.
Temblonas sus manos,
con grietas sus dedos,
que tanta firmeza
de joven tuvieron,
cuando trabajaba
sin un desaliento,
que me acariciaron
con tanto contento,
y que tantos años
fueron mi sustento.
Después de almorzar
-si hacía el día bueno-
íbamos al campo
a dar un paseo.

Este campo hermoso
que yo tanto quiero,
y que he pateado
todos sus senderos.
A veces decía,
si yo andaba lento:
¡ Si quieres paramos
y descansaremos."
Respondía que si,
respondía que bueno.
El seguía hablando,
yo escuchaba atento
sus explicaciones,
sus sabios consejos.
Me decía;"Hijo mío:
Es el campo nuestro
de lo más hermoso
que tus ojos vieron.
Cuando yo no esté,
cuando ya esté muerto,
cuando de mi quede
tan solo el recuerdo;
yo sé que tu siempre
vendrás a tu pueblo,
porque a ti este campo
te cala muy dentro".
Hoy duerme mi padre
su sueño postrero,
y yo he regresado
por fin a mi pueblo.
Y cuando camino
por esos senderos,
entre los jarales
y entre los romeros,
y de olor a pino
se empapa mi cuerpo,
de mi anciano padre
yo siempre me acuerdo.
Cuando algunas veces
me miro al espejo,
me voy dando cuenta
que ahora soy yo el viejo.
Y a veces intuyo
y a veces presiento,
que el fin de la meta
ya no está muy lejos.
De mi cuatro hijos
tengo siete nietos,
son siete regalos
llegados del Cielo.
Siete vocecitas
me llaman abuelo.
Y escucho sus risas
y observo sus juegos,
y les cuento historias
fábulas y cuentos.
Entonces me digo:
"¡Que suerte que tengo!
Que entre mil errores
tuve algún acierto".
Y dos cosas pido
al Dios de los Cielos:
Que a mi me permita
vivir en mi pueblo,
y cuando se apague
mi último aliento,
que en mi hermosa tierra
reposen mis huesos.




 



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