La verdad

Mis nietos de poca edad
y curiosidad sobrada,
quieren saber de verdad
como era en realidad
esta villa de La Adrada.

Y se sientan a mi vera
desde el más grande al más chico,
y enseguida les explico
que había muchas higueras
que daban higos muy ricos.

Y que no es una invención
ni una mentira ni un cuento.
Que no se las llevó el viento,
porque fue la construcción
con sus bloques de cemento.

Era un pueblo que tenía
mucha gente que bregaba,
mucha gente que bullía,
y que mucho trabajaba
y austeramente vivía.

Pues la gente de La Adrada
siempre fue madrugadora
y además trabajadora,
y empezaba la jornada
antes de rayar la aurora.

Y hasta que el sol se escondía
allá por el horizonte,
continuamente se oía
bullicio y algarabía
por el llano y por el monte.

La tierra se cultivaba
y la tierra producía,
el fruto se recogía
y si bien se administraba
la familia mantenía.

Había mucho ganado cabrío,
ovino, bovino, asnal,
mular... Y el porcino,
que era tan apreciado
su jamón y su tocino.

Y recordaros me encanta
que se vivía sin malicia
La sierra cual madre santa
que a sus hijos amamanta
era una madre nutricia.

En muy largas caminatas
mulas, caballos y burros
descendían en reatas,
con las cargas de patatas
por caminos como churros.

Trazaban los resineros
caminando entre lo pinos,
trochas, veredas, senderos,
y empolvaban los caminos
con sus mulas los cargueros.

Los duros remasadores
con su lata de resina
y bañados de sudores,
aguantaban los rigores
de la fuerte calorina.

Y se quedan asombrados
cuando les digo que antaño,
los guañinos abnegados
hacían maraño a maraño
cuando segaban los prados.

Los sufridos carreteros
transportaban con sus yuntas,
troncos de pinos enteros.
Y acabo, que hoy no quiero
responder a mas preguntas.

 



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